Estaba apresurado así que le di la pieza que sujeta la tija de la bici al subalterno y le mande a la ferretería a por un tornillo con cabeza de allen para montarla. Pero claro, mi subalterno, a más de casi nacer en el siglo XXI y con la indolencia propia de la adolescencia me trajo el tornillo inapropiado y una vaga referencia a otra ferretería donde podría hallarlo. Al preguntarle cual era me respondió que ya me lo diría, que la buscaría en Google. Me lo creí.

Me lo creí durante los dos o tres primeros días. Incluso los hijos tienen una credibilidad limitada en esta época de crisis.

Así que saliendo de Atocha con mi bici y mi pc en la mochila, me dije, pero no soy yo el profe, el experto en internet, en búsquedas, en analizar la larga cola, en buscar filtros para hallar gangas inverosímiles, … y decidí encontrar el tornillo antes que mi hijo más experto en twitter, whatapp, line, redes sociales, y por supuesto en cualquier juego en red donde haya que meter goles o matar marcianos.

Lo primero que hice fue buscar una cola dentro de una cola. (Igual que buscar autores de jazz latino dentro de los autores de jazz) y enfile la bici tangencialmente hacia Lavapiés. (Si está cerca del rastro habrá tornillos). Después consulté el primer blog especializado que encontré por la acera de la ronda de valencia, un señor de unos 50 años, que me indicó con precisión cañí donde se ubicaba una ferretería. Me adentré en el étnico barrio de Lavapiés donde las tiendas tienen los letreros en árabe, chino o hindú. Pero no eché de menos el goolge translate, la ferretería estaba donde me indicó.

Lamentablemente esta ferretería no era para frikis,  era muy funcional, y todo estaba estandarizado en bolsas de plástico, no permitía «customización» alguna. Así que cuando le pregunte al dependiente probablemente ecuatoriano, donde podía conseguir mi tornillo “por allí cerca”. Me respondió: tú no eres de aquí, ¿conoces la zona?, ¿El circo Price o el colegio de los salesianos?

Vaya, que poco se ha cambiado, antaño cualquiera de Lavapiés también hubiera notado mi deje vallecano. Pero creo que este no era el caso. No obstante y con la amabilidad propia de quien habla con un foráneo me indico la dirección de la “Tornilleria” El paraíso de los tornillos, el vahalla que estaba buscando. Así que dirigí con decisión mi bici, a veces en dirección contraria, a veces por aceras repletas de vida nada digital y llegué a mi destino.

Llame al timbre, cruce la puerta con mi bici y delante de un mostrador de estaño estaba un señor de pelo gris que me dijo algo así como :

-Si claro, metiendo el vehículo dentro.

-Están los tiempos como para dejar la burra en la calle. Respondí.

Qué bueno es dominar el argot de estos chats.

Saque la pieza de que sujeta la tija y tras explicar y  comprender el problema en su completitud, le preguntó a la que probablemente era su hija donde estaban esos dichosos tornillos con cabeza de allen. La conversación, mostrador por medio, fue bastante técnica y me permitieron practicar con los tornillos elegidos hasta encontrar los adecuados. Es bueno enganchar al cliente mediante una buena experiencia de usuario. Al final me quedé con dos. Pedí el precio. 30 centimos. Elegí rápidamente entre, visa, paypal, y mi bolsa de monedas y opté por la última.

 

Salí tremendamente satisfecho, es lo que ocurre cuando encuentras algo inverosímil en la larga cola a un precio razonable. Y pensando: Qué bueno poder es aplicar las técnicas del mundo digital al vetusto mundo físico.

PD: durante la búsqueda de estos tornillos con cabezal allen, no se experimentó con animales, ni el sujeto en cuestión sintió necesidad alguna de usar el Smartphone.