lavoisier.jpgSi me pidieran una máxima para definir esta primera década del siglo XXI en la que nos encontramos inmersos, yo me decantaría por reformular la Ley de conservación de la materia de Lavoisier: ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Y no hay más que ver las carteleras de los cines, las propuestas musicales, o los escaparates de las tiendas de ropa para comprender el sentido de mi afirmación.

Desde que George Lucas abriera la "caja de las precuelas" en 1999 con su Episodio I: La Amenaza Fantasma, el siglo XXI parece haberse convertido en un revival de viejas glorias y grandes mitos de años, que alcanza su culmen en estos días con el estreno de la cuarta entrega de Indiana Jones , vinculado esta vez a una roswelliana calavera de cristal.episodio-i.jpg

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En lo que respecta a la música del siglo XXI, se observa un fenómeno muy similar: ahí tenemos a The Police o Led Zeppelling en Gran Bretaña, y a Hombres G o Nacha Pop en nuestro país, por citar sólo cuatro ejemplos que llenan los estadios y rompen los corazones tanto de sus fans más nostálgicos, como de sus hijos e hijas.
Desde mi punto de vista, e independientemente de sus repercusiones artísticas, este fenómeno del revival está sirviendo de plataforma para la visibilización de una nueva categoría social (¿una nueva definición identitaria?) que unos años atrás quedaba reducida al más puro estigma social: el friki
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Todavía no hay acuerdo en la definición de esta categoría -véanse si no las discusiones suscitadas en la Wikipedia al respecto-, pero por tercer año consecutivo el 25 de mayo se ha celebrado el Día del Orgullo Friki en distintas ciudades españolas, con conexión directa entre Belgrado y el Círculo de Bellas Artes en el caso de Madrid para dar ánimos al representante nacional en Eurovisión, concuso friki donde los haya desde hace años, por cierto.

 

He aquí por qué me decanto por la Ley de conservación de la materia para catalogar al siglo XXI: porque los viejos epítetos y las categorías estancas del pasado están sufriendo un proceso de reciclaje similar al del vidrio o el plástico, y lo que antes era "inútil", "ridículo", "vergonzoso" o "extraño" se convierte ahora en estandarte identitario no ya para un colectivo o una generación, sino incluso para todo un país, aún a pesar de la polémica suscitada al respecto.

Por supuesto, también sostengo que esta emergencia identitaria encuentra un caldo de cultivo extraordinario en el mundo digital, y muy especialmente en las redes sociales de Internet, que permiten compartir información y patrones de conducta a velocidades insospechadas, pero también ensayar facetas de personalidad en entornos "seguros" para la identidad analógica del usuario, que descubre la capacidad de hacer explícitas emociones tan intensas como la euforia, el orgullo o la animadversión sin arriesgarse a sufrir el ostracismo social por ello.

Sin embargo, aún parece que nos queda un buen trecho para que esas identidades virtuales adquieran una nexi-2.jpg aceptación social completa. O al menos, eso podemos afirmar al ver los comentarios que suscita en la web uno de los últimos trabajos de ingeniería artificial presentados por el MIT: Nexi, el robot social, llamado así por su capacidad para expresar facialmente algunas emociones básicas del ser humano.
Nexi