Parece una perogrullada, pero es así, es relativo. Este verano, cuando más lento pasa el tiempo, es cuando más consciente fui. En el sopor de las vacaciones los eventos fluían sin el orden establecido, esto es, tras trasnochar veía a Nadal en el Open de …, pero por la mañana al comprar los periódicos, contaban los partidos cómo si fuesen a suceder, cuando en realidad ya habían sucedido. Lo único que guardaba su ritmo era el Tour de Francia. Y luego ¿vinieron Olimpiadas, ¿las vimos en directo? No.  ¿En orden? Tampoco. Además para mi, que soy un romántico, perdieron parte de su encanto al ser consciente de que la señal estaba deliberadamente retrasada 10 seg por si las autoridades chinas tenían que censurar algún “desaguisado”. ¿Qué significaba esto? Pues que sabía que mientras yo veía en los tacos a Usain Bolt  él ya había llegado, y lamentablemente era consciente de mi situación.

Otras desincronizaciones son más naturales o más cotidianas. Todos hemos experimentado cómo dos retransmisiones van separadas por un par de segundos según reciban la señal de la TDT, el Satélite o la vieja TV analógica. En las retransmisiones del directo es más evidente. Por ejemplo, me fui con mi hijo a ver el Italia Alemania del pasado mundial de futbol a un pub internacional. Íbamos con Italia, el público estaba equilibrado, una tercera parte de alemanes, otra de italianos y otra de nacionales. Todos mirábamos las modernas y enormes pantallas planas, que retransmitían digitalmente. Sin embargo en los corners y las faltas, mi hijo y yo nos volvíamos y mirábamos la panzuda, vieja, con nieve pero presta TV analógica. Y en una de esas Italia metió gol, mi hijo y yo lo cantamos, y a los dos segundos el resto del pub chilló, y luego cuando pasó la euforia nos miraron como a bichos raros, pero el mal ya estaba hecho, que hacer, mirar las nítidas y modernas TV o la vetusta del ángulo olvidado.

Si un evento único se observa en momentos diferentes por observadores que además están en el mismo lugar es porque el tiempo, en este caso digital es relativo. Tanto como concluyó Einstein con su famoso tren.

Acaba aquí estas irregularidades. No, sin movernos del sitio nos encontramos con seres  que viven en distintas edades digitales. Empecé hace un mes a dar clases en la universidad, y me surgía precisamente esa duda. Vivirán mis alumnos, nativos digitales, una época más avanzada que la mía, o me habré salvado de la obsolescencia tecnológica gracias a mi entorno de trabajo, y en menor medida a mi interés. Dominarán a la perfección la nueva web 2.0 way of life en cuyo caso seré ya una víctima de la brecha digital o aun tendré alguna ventaja competitiva tecnológica con la que suplir la inevitable deficiencia de agilidad mental de los años. Luego no fue para tanto, pero me di cuenta que cada uno estamos pegado a un tiempo digital distinto.

Quizá los más adelantados en este caso son unos conocidos que en cierto momento me parecen cyborg, por la cantidad de gadgets que llevan pero que viven más cerca del mundo y el tiempo digital que del analógico. A saber, ven a un conocido aparcando y dando con el parachoques a los cubos de basura, lo graban en directo y lo transmiten al ciberespacio. Twitean en cualquier reunión y están continuamente conectados.  A mí me resulta imposible seguirles el ritmo, mi tempo digital es más perezoso, y además muchas veces desconecto y me vuelvo terriblemente analógico. O lo que es peor, terriblemente vago. Siempre he dicho que soy tan vago como mi intelecto me permite, y a lo peor, en esta crisis digital que estoy pasando el problema es que mi tempo digital no me permite vaguear tanto como estaba acostumbrado en un tiempo analógico.

Estas disrupciones temporales no son nuevas, y siempre se han hecho evidentes especialmente  cuando había viajes. Todos recordamos las películas de ciencia ficción con sus paradojas espacio tiempo, que admitimos como dogma de fe en muchos casos, y olvidamos lo difícil que sería gestionar el imperio donde nunca se ponía el sol. Entonces Felipe II mandaba un virrey a las Indias con unas alianzas geoestratégicas y cuando llegaba probablemente estas habían cambiado. Eso sí que era desfase temporal.

De cualquier forma estas reflexiones debí escribirlas en verano, cuando se me ocurrieron, pero entonces estaba en plena eclosión creativa analógica viendo puestas de sol en el golfo de Cádiz, y total, me dije, qué más da, el tiempo digital también es relativo.