transmuters001.jpgDel 28 al 30 de junio de 2007, Madrid ostenta el título de Capital Europea del Orgullo Gay.

Sin embargo, para un nutrido grupo de teóric@s y activistas de la Ciencias Sociales, la identidad de género no es algo de lo que sentirse orgulloso. Nos referimos al movimiento queer y su lucha por de-generar la identidad -es decir, por liberarla de los límites que le impone el género como construcción social-, cuyos postulados han encontrado un banco de prueba óptimo en internet y las relaciones virtuales.

 

La realidad virtual puede en última instancia proyectar al usuario hacia el centro de un espacio digital tan concreto, quimérico y manipulable como el de un sueño lúcido

(Davis, 1993, p.10)

Igual que en la realidad no-virtual donde nos movíamos hasta hace relativamente poco tiempo, el binomio sexo/ género ocupa un lugar central dentro del espacio digital al que se refiere Davis, si bien sus usos e implicaciones difieren radicalmente de lo que estamos acostumbrados.

Porque a fin de cuentas, el mundo físico está poblado por cuerpos con un sexo biológico más o menos estable, pues incluso la decisión de cambiarlo es irreversible una vez que se materializa.

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De hecho, para la reasignación de sexo no basta con tomar la decisión y la medicación adecuada. Antes el candidato/a tiene que haber recibido evaluación, diagnóstico y tratamiento por parte de un complejo equipo multidisciplinar compuesto por médicos de cabecera, psiquiatras, psicólogos, endocrinos y/o internistas, ginecólogos, urólogos, trabajadores sociales, cirujanos plásticos y, por supuesto, asesores legales.

En cambio, las cosas son muy distintas dentro del espacio virtual. Aquí no tenemos que pedir permiso a nadie para de-generar nuestra identidad. Somos libres de interactuar con otros internautas desde un rol contrario al sexo marcado por nuestro fenotipo, o de construir una orientación sexual cibernética distinta cada vez que navegamos.

Tenemos, en definitiva, potestad para ser lo que nuestra imaginación nos pida: puedes convertirte en el cuerpo que quieras dentro de una red de fibra óptica (Bright, S. 1992) A partir de esta idea, un fan del ciberespacio -cuyas palabras recoge Howard Rheingold en 1991, dentro de su libro Virtual Reality– se anima a vaticinar:

Dentro de treinta años, cuando la teledildónica -sexo simulado mediante terminales conectados a distancia- se encuentre en todas partes, la mayor parte de la población la usará para tener experiencias sexuales con otras personas a distancia, en configuraciones y combinaciones que jamás soñaron los hedonistas precibernéticos

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Mientras pasan esos treinta años, a día de hoy ya hay países que admiten la infidelidad virtual -sin necesidad de maquinitas mediadoras- como causa justificada del divorcio. En España, el Observatorio de Internet afirma que cerca de dos millones y medio usuarios de chats ha cometido ciberadulterio en alguna ocasión. El informe no especifica cuántos de ellos/as lo hicieron fingiendo pertenecer a un sexo biológicamente opuesto, o escudándose tras una orientación sexual distinta a la suya, pero quizá esta cifra hubiera resultado todavía más asombrosa que la de ciberadúlter@s en general.