¿Tenemos un concepto realista de nosotros mismos? ¿Podemos predecir con fiabilidad nuestra propia conducta? Teniendo en cuenta que nuestros recuerdos dependen en mayor medida de nuestro estado presente que de las experiencias pasadas, cabe preguntarse: ¿somos capaces de percibir “objetivamente” el presente? Como expone Myers, autor de uno de los manuales de introducción a la Psicología más famosos, nuestra interpretación del presente está condicionada por una tendencia a percibirnos de un modo favorable: el sesgo a favor de sí mismo.
Una de las implicaciones de este sesgo es que las personas se atribuyen más responsabilidad por sus buenos actos que por los malos. De esta manera, tendemos a interpretar nuestros éxitos como fruto de nuestro esfuerzo y dedicación; mientras que, generalmente, atribuimos nuestros fracasos a la mala suerte o a cúmulos de circunstancias sobre las que no teníamos ningún control. Por otra parte, este sesgo influye en que la mayoría de las personas consideren que están por encima de la media en cualquier característica subjetiva y socialmente deseable. Por ejemplo, en diversos estudios, cerca del 90% de las personas clasificaban su desempeño laboral como superior al de la media de sus compañeros de profesión. El sesgo a favor de sí mismo también se manifestó en una encuesta realizada en Estados Unidos al preguntar: ¿quién tiene probabilidades de ir al Cielo? El 19% de los participantes consideraron que O. J. Simpson lo lograría. El 52% creía que Bill Clinton también cruzaría las puertas celestiales. La figura pública más cercana a ser percibida como un ángel divino fue la Madre Teresa de Calcuta, con un 79% de consenso, pero fue ampliamente superada por el 87% de los que respondieron a la encuesta estando convencidos de que entrarían por las puertas del Cielo.
¿Por qué nos engañamos? Probablemente se debe a que el pensamiento de autoafirmación por lo general es adaptativo. En buena medida, nuestras ilusiones positivas mantienen nuestra confianza en nosotros mismos, nos protegen de la angustia y la depresión, sostienen nuestra sensación de bienestar y nos empujan a la acción. Quizá cabría considerar la afirmación del ensayista inglés William Hazlitt: “la vida es el arte de estar bien engañado”.