La empatía es la forma más natural de comenzar una conversación, una negociación, o simplemente una partida de mus.  Esta habilidad la utilizamos de forma intuitiva, subconsciente y está presente, intencionadamente o no, en multitud de aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, tengo la costumbre de pensar en algún tema para este blog y venirme a escribirlo a la cafetería de unos grandes almacenes. Hoy según entraba en ellos, he reparado en la chica de la entrada, guapa y agradable, nos miramos brevemente  y esbozó una sonrisa encantadora,  la música de ambiente era alegre, y la temperatura cálida en contraposición con los 2 grados de la calle que tenemos hoy en Madrid. Sin darme cuenta estaba ya empatizando con la postura que estos grandes almacenes querían transmitirme, y probablemente la chica de la entrada fue la que más me influenció. ¿Por qué?
Al parecer existen dos mecanismos que nos permiten empatizar con nuestros congéneres, el sistema de las neuronas espejo, de las que ya hablamos alguna vez, y la red neuronal social. Ambos se ubican en diferentes regiones de nuestro cerebro y funcionan de manera diferente. Mientras las neuronas espejo se activan al ver o imaginar movimientos, expresiones, y/o sonidos de nuestros congéneres, la red neuronal social se pone en funcionamiento cuando atribuimos un estado de ánimo a otra persona sin que intervenga ningún componente corporal o espacial. Quizá la razón de la mayor influencia del rostro de la chica en mí estado de empatía se deba a que más de las dos terceras partes de la información se transmite mediante la comunicación no verbal y a nuestra naturaleza emocional innata.


¿Y en nuestro mundo en la red como aplican estos conceptos tan biológicos? Pues lamentablemente creo que no aplican todavía de manera consciente y sistemática.  Empatizamos con los mismos mecanismos que usabamos al leer el Quijote, al que cada uno le pone el rostro que se imagina, o nos dejamos llevar por rostros agradables en webs bien diseñadas, pero aun no guardamos el rastro emocional que ambas redes neuronales nos dejan en nuestro subconsciente en ningún formato digital. No tenemos esas dos terceras partes de comunicación no verbal. Y desde luego no guardamos el rastro emocional de cada una de nuestras interacciones en red, no existen avatares emocionales para guardar esas sensaciones.
Mientras llega esta red emocional me hizo gracia el comentario de Silvia a la que conocí presencialmente tras acabar una reunión y con la que había intercambiado correos electrónicos. No se sorprendió al conocerme porque al parecer me parecía mucho a mi avatar lo que nos alivió de presentaciones vanales. Me alegró la coincidencia y las jerarquías de parecido, yo pensaba que mi avatar se parecía a mí, pero probablemente ella tenga razón.